Una rectoría sin rumbo claro: Más de un año perdido en la UAT

Entrevista.com.mx

Diagnóstico Reservado / José Saldaña.

A casi un año y medio de haber asumido la rectoría de la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT), Dámaso Leonardo Anaya Alvarado sigue sin dar muestras claras de rumbo, liderazgo o resultados palpables que respalden su gestión.

La expectativa generada por su llegada al cargo acompañada de un discurso lleno de promesas de transformación, modernización y cercanía con la comunidad universitaria se ha ido diluyendo entre discursos vacíos, eventos superficiales y una preocupante falta de acciones concretas.

El rector llegó con el respaldo político del actual gobierno estatal, lo que generó expectativas tanto dentro como fuera de la universidad. Sin embargo, esa cercanía con el poder ha sido más útil para preservar privilegios que para impulsar una verdadera renovación institucional.

Hasta el momento, no se percibe una agenda académica seria, ni se han implementado reformas sustanciales en los planes de estudio, en la gestión administrativa, ni en la mejora de la infraestructura educativa.

En cambio, lo que sí ha sido evidente es una excesiva promoción de la imagen del rector. La rectoría de Anaya Alvarado ha priorizado las fotos, los comunicados triunfalistas y los actos protocolarios por encima del trabajo sustantivo.

La universidad parece más preocupada por aparecer en redes sociales que por producir conocimiento, fortalecer la planta docente o atender las verdaderas necesidades del estudiantado.

El abandono académico es particularmente alarmante. Hay múltiples señalamientos de profesores sobre la falta de recursos para investigación, procesos administrativos lentos y una burocracia universitaria cada vez más opaca.

Las decisiones siguen tomándose de manera centralista y con poca o nula consulta a la base universitaria, lo que alimenta el descontento y la desconfianza en una gestión que se vende como incluyente, pero que opera bajo la lógica del autoritarismo disfrazado.

Además, la relación del rector con los estudiantes ha sido meramente simbólica. No hay espacios reales de diálogo, ni políticas que respondan a las problemáticas de salud mental, inseguridad, desempleo juvenil o acceso a la tecnología, factores fundamentales para el desarrollo universitario actual.

La desconexión entre la administración central y la comunidad estudiantil se ha profundizado, al grado de que muchos jóvenes desconocen quién es su rector o qué está haciendo por ellos.

En cuanto a transparencia y rendición de cuentas, la administración de Anaya ha dejado mucho que desear. No hay claridad sobre el uso del presupuesto universitario, ni informes detallados sobre avances o logros.

Los indicadores de calidad académica se estancan o retroceden, mientras las autoridades se mantienen en una zona de confort, protegidas por un sistema que premia la lealtad política por encima del mérito.

La UAT necesita más que un rector de poses y discursos. Requiere liderazgo auténtico, decisiones valientes y una visión de largo plazo que recupere el sentido de pertenencia y orgullo universitario.

A casi un año y medio de distancia, el balance es preocupante: una administración que prometió cambio y entrega resultados mediocres, cuando no nulos.

Dámaso Anaya Alvarado aún tiene tiempo para corregir el rumbo, pero cada día que pasa sin decisiones firmes y transformadoras, la UAT pierde valioso terreno frente a otras instituciones del país. Y lo que es peor: pierde credibilidad, talento y futuro.

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